viernes, 19 de febrero de 2010

Ucrania 2010: ¿Qué fue de la revolución naranja?

l pasado día 7 tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Ucrania. Este país, el segundo más extenso de Europa después de Rusia, eligió como presidente al mismo político que en 2004 fue acusado de cometer fraude en la segunda vuelta de aquellas comicios. Así, Víctor Yanúkovich, líder del Partido de las Regiones, llegaba a la jefatura de Estado de este país de 46 millones de habitantes cinco años después de la conocida como 'revolución naranja'. Paradójicamente, la perdedora de esta segunda vuelta ha sido uno de los líderes políticos que protagonizó dicha revolución, Julia Timoshenko. Ésta, además, se ha negado a reconocer la victoria de su contrincante, aludiendo a que ha habido fraude, una vez que todos los organismos internacionales allí acreditados han avalado estos resultados. El otro gran perdedor ha sido el actual presidente ya en funciones y líder absoluto de la revuelta de 2004, Víctor Yushenko. Bien se puede decir que estas elecciones se han llevado por delante a aquellos que protagonizaron la revuelta cívica de noviembre de 2004; el caso de Yushenko es clamoroso, ya que no pasó ni a la segunda vuelta y obtuvo una sexta posición, con apenas un 5,4% de los votos emitidos.
Pero ¿qué ha llevado a estos resultados? ¿Es que la sociedad ucraniana ha renegado de los valores democráticos de la revuelta de 2004? Ni mucho menos. Hay dos factores principales que explican por qué los dos protagonistas de las protestas no han podido repetir los resultados del pasado. En primer lugar, el tándem Yushenko-Timoshenko, cuando tuvieron responsabilidades de gobierno como presidente y primera ministra respectivamente, más que un equipo fueron todo lo contrario. Desde un primer momento estos dos líderes políticos lucharon por ser los 'depositarios reales' de la 'revolución naranja', y lejos cooperar para solucionar los graves problemas, sobre todo económicos, del país se han dedicado a intentar destruirse mutuamente.
En segundo lugar, ni el presidente ni la primera ministra han conseguido atajar las diferentes corruptelas que caracterizan la vida política ucraniana, aspecto éste que fue uno de los principales objetivos de la 'revolución naranja'. Esto ha hecho que gran parte del electorado hiciera una lectura más doméstica de las elecciones, más allá de guiarse por elegir entre un candidato prorruso y otro prooccidental. A esta percepción por parte de la sociedad ucraniana se ha unido el hecho de que la comunidad internacional, y especialmente Rusia, han tenido una posición mucho menos intervencionista que en las presidenciales anteriores, al entender que el proceso transcurría con total transparencia.
En este sentido, bien se puede afirmar que la política ucraniana se ha 'ucranianizado', y cualquier análisis de estas elecciones basado en la mera opción de los votantes entre Rusia y Occidente es del todo inexacto. La sociedad de este país se siente inserta en el continente europeo no sólo desde el punto de vista geográfico, sino que comparte también con él una serie de valores políticos y sociales que aspira a conseguir. Por lo tanto, el electorado ucraniano ha castigado sobre todo a los líderes de la 'revolución naranja' por no haber cumplido las expectativas creadas y, por supuesto, por no haber hecho posible la salida de la crisis económica que afecta a este país con especial virulencia.
Pero, a partir de ahora, ¿cuáles son los escenarios a los que se puede abocar este país? La primera señal no es muy esperanzadora, y aquí la responsabilidad recae totalmente sobre la todavía primera ministra. Julia Timoshenko se niega a reconocer los resultados de unas elecciones que la comunidad internacional ha avalado, a pesar de que algún cambio en la ley electoral entre la primera y la segunda vuelta no se haya revelado como una práctica muy acertada. Más allá de este error que no ha supuesto ningún tipo de fraude, las elecciones han sido limpias, y la todavía jefa del Ejecutivo debería felicitar al candidato vencedor y reconocer su derrota. Si no lo hace, retrasará la puesta en marcha de medidas que saquen a Ucrania de la crisis y que sobre todo le permitan recibir el último tramo de 3.800 millones de dólares -de un crédito de 16.400 millones- que el FMI le otorgó y que esta institución ha paralizado hasta el final del proceso electoral. Por otra parte, la formación de Yanúkovich, aunque es la minoría mayoritaria en la Rada o Parlamento, se enfrenta a una complicada tarea para conformar un gabinete (éste lo elige el Parlamento), a no ser que se alíe con el Bloque de la misma Timoshenko, posibilidad ésta que en la alambicada política ucraniana no hay que descartar, aunque seguramente supondría una cohabitación extraordinariamente tensa.
Otra opción es que el residente disuelva el Parlamento y convoque elecciones para mediados de este año, pero aún así habría que ver si los resultados de esos comicios no reproducirían la situación actual, lo que pondría al presidente en la misma situación. Po último, cabría una tercera posibilidad, que el tercer candidato más votado en la primera vuelta, Sergei Tigipko, fuera propuesto para primer ministro, aunque no está claro que contase con los apoyos necesarios ya que la que quedaría fuera del poder entonces sería Timoshenko. Por lo tanto, los próximos meses en Ucrania serán determinantes para que este país resuelva su situación política interna y encare de manera decidida los retos económicos y de política exterior que le aguardan.
Víctor Manuel Amado

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