domingo, 31 de enero de 2010

«Cuando llegué sólo sabía decir en español hola, casa y gracias

AElena Petrova no le gusta hablar de la situación política que atraviesa su país y que la hizo abandonarlo a finales de los años 90. Ni tan siquiera explica muchos detalles de su partida, sólo que no le gustaba el Gobierno y la forma de vida que imponían las mafias en su ciudad, Lugansk. Prefiere hablar de música, de medicina o de lo acogedores que son sus compatriotas. Es pianista y toda su persona es armonía: dedos delgados y largos, voz melodiosa con un cálido acento eslavo... Hasta su risa es cantarina. En Ucrania llegó a dar conciertos en grandes auditorios. Aquí, ha dado alguno de vez en cuando. Actualmente, imparte clases de piano en el Colegio María Inmaculada de Santander y prepara oposiciones para el conservatorio Ataúlfo Argenta.
Eligió Santander para iniciar su nueva vida porque tenía amigos en la ciudad que la proporcionaron su primer trabajo como guardesa en una casa. Sus propietarios pasaban aquí temporadas cortas pero querían tenerla cuidada y a punto para cuando llegaran. «Por entonces sólo sabía tres palabras en español: hola, casa y gracias», recuerda. Después de doce años aquí, dice que se siente «casi cántabra».
El empleo de guardesa, además de proporcionarle un hogar donde vivir los primeros años, le permitió pasar muchas horas practicando con el piano, pues los dueños tenían un Steinway, «uno de los mejores del mundo», explica. Pero Elena, que estudió mucho en su país para convertirse en pianista -sacó matrícula de honor en el conservatorio- y además tiene el título de enfermera y fisioterapeuta, no se conformó con este trabajo y luchó por conseguir algo mejor que un empleo doméstico.
Se apuntó a todos los cursos de español que pudo y comenzó a impartir clases particulares de piano. «Recuerdo mucho a mis primeros alumnos. Tenían cinco y seis años y, aunque yo les hablaba en español, entre lo poco que sabía y mi acento pensaban que les hablaba en inglés», explica.
Los cántabros, cuenta, le han acogido bien. «Me habían advertido que eran cerrados, pero la verdad es que yo no he tenido problemas para hacer amigos aquí. Me gusta mucho su sentido del humor», indica.
Y eso que, según señala, los primeros años le costó hacerles entender que no era rusa. «Ahora todo el mundo conoce Ucrania, pero cuando llegué era un país desconocido para muchos cántabros. Pensaban que era una provincia de Rusia», dice.
Poco a poco fue abriéndose un hueco en el mundo musical de la ciudad. Como tiene una buena voz, formó parte del coro Camerata Coral de la Universidad de Cantabria. Por entonces lo dirigía la soprano María del Mar Doval, que la dio a conocer el conservatorio municipal Ataúlfo Argenta. «Empecé a acompañar con el piano a los alumnos en algunas clases en el conservatorio. Me gusta mucho el ambiente de ese centro y estoy preparando oposiciones para poder ingresar como profesora».
Pero no sólo ha vivido del piano, también ha sido teclista de varias orquestas musicales, lo que le ha permitido conocer casi todos los pueblos de la región. Y el País Vasco, Asturias, Galicia, Madrid, Teruel... «Fueron años muy divertidos. Duros, porque se duerme poco, pero buenos tiempos. Hay días en los que echo de menos a los compañeros. Si se hace un buen grupo, te lo pasas muy bien».
Otra de sus pasiones es la medicina. Le interesa mucho y aquí ha seguido algún curso para completar su formación de enfermera y fisioterapeuta. «A veces me llaman para dar algún masaje, pero, al final me gano la vida como pianista».
Los veranos vuelve a Ucrania para ver a su familia que, como casi todos los inmigrantes, es lo que más añora. Pero no tiene intención de regresar para quedarse. «Ucrania ha tenido años muy buenos. La he ido viendo mejorar en cada viaje. Había prosperado estos últimos años, pero con la crisis ha vuelto a caer. Es curioso como la ha afectado», lamenta.
En Ucrania nota el frío mucho más que antes y explica que cuando llegó a España le pareció que el clima era el mismo todo el año. «Pensaba que no había estaciones, no notaba diferencias entre el invierno y el verano. Comencé a sentirme un poco cántabra cuando empecé a distinguirlo. Estos días, estoy helada», se queja, con una gran sonrisa.

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