sábado, 5 de diciembre de 2009

Contra el olvido del genocidio en Ucrania

SILVINO LANTERO VALLINA Todos conocemos la barbarie y crímenes de los nazis que afortunadamente han sido difundidos por los medios de comunicación y el cine. También figuran en los textos de Historia destinados a la enseñanza.

Sin embargo, el terror y crímenes del socialismo real o comunismo en la Unión Soviética, Cuba, China, Vietnam son ocultados y no se explican en la mayoría de las escuelas de Occidente. La «progresía» y el socialismo actual oculta estos hechos. Baste ver lo que hace Rodríguez Zapatero. En sus declaraciones siempre habla de la represión fascista pero jamás alude a los campos de concentración soviéticos, a las checas de Madrid ni, ¡faltaría más!, a los execrables crímenes perpetrados por los revolucionarios socialistas en Asturias como fue el asesinato de los mártires de Turón. Moratinos viajó de nuevo a Cuba para apoyar al brutal régimen castrista.

Un hecho histórico, el «Holomor», que, en lengua ucraniana significa matar por hambre, es poco conocido a pesar de las declaraciones de condena hechas por organismos e instituciones como el Parlamento europeo. El «Holomor» fue organizado por los comunistas entre 1932 y 1933, y privó de la vida a seis millones de personas, de ellas cuatro millones eran ucranianos. El método utilizado fue extender, por el Gobierno soviético de Stalin, una gran hambruna producida por las confiscaciones a los modestos propietarios rurales, conocidos como los «kulaks». A través de requisas forzosas se les quitaba casi la mitad de sus cosechas. No les quedaba nada para su sustento por lo que muchos de ellos huían con sus familias hacia las ciudades e incluso pedían ser deportados.

La situación se agravó con el plan de Stalin y colaboradores para, a través de la hambruna, eliminar a millones de campesinos que lógicamente no simpatizaban con la colectivización socialista. Una circular de 22 de enero de 1933 -firmada por Stalin y Molotov- condenaba a muerte programada a millones de persona hambrientas en Ucrania y otras zonas. Ordenaba a la GPU -servicio secreto- que evitara por todos los medios las marchas masivas de campesinos. Esto significaba la muerte al no tener nada que llevarse a la boca. El cónsul italiano en Jarkov describía en un informe que los padres sacaban a sus hijos de sus distritos de confinamiento y los abandonaban para que los recogieran las autoridades. Estas las confinaban en campos de barracas y a los enfermos se les conducía a zonas despobladas donde morían en el más absoluto abandono.

Por tanto, en mi opinión tienen razón algunos publicistas e historiadores cuando hablan de verdadero genocidio del pueblo ucraniano que pagó un tributo de al menos cuatro millones de muertos. No olvidamos que también esta hambruna programada por los soviets causó un millón de muertos en Kazajstán y otro millón en el Cáucaso Norte.

Al igual que hoy, políticos e intelectuales de Occidente silenciaron los hechos. Algunos hicieron propaganda a favor de Stalin como George B. Swa, Walter Duranty y Édouard Herriot. La administración del presidente estadounidense de la época, Franklin D. Roosevelt, no actuó con contundencia contra Stalin a pesar de los informes de los diplomáticos en la región.

Hubo excepciones como la de Malcolm Muggeridge, corresponsal del «Manchester Guardian» en la URSS, que escribió en aquellos años: «Una hambruna administrativa producida por la colectivización forzosa de la agricultura, un asalto al campo por parte de los apparatchiks -esos mismos hombres con los que había estado charlando tan amigablemente en el tren-, apoyados por violentas cuadrillas de militares y policías».

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