La familia Lacarin, en Shabo. AFP |
Este hombre alto, de ojos azules, que fue millonario, rompió un día con su antigua vida (tenía una fábrica de productos fotográficos) para concentrarse en "las cosas que gustan", sobre todo los perfumes. Esta ocupación le llevó a Ucrania, la tierra de su esposa, pianista clásica, Mariana, con quien tiene dos hijas. Su epifanía vitícola le llegó de la mano de su pasión por el gran poeta ruso Pushkin, quien iba a menudo a Shabo, la aldea donde Lacarin se ha establecido.
"Cuando vi estas arenas, esta tierra, me di cuenta que era un lugar ideal para los viñedos", recuerda Lacarin. "Y como en ese momento no podía encontrar un vino que me satisficiese, decidí hacerme con algunas viñas para elaborarlo".
Ahora vive en condiciones de asceta en una antigua granja, antiguamente el garaje de un koljós, y hace las labores básicas de un agricultor. "Es muy diferente de la vida que llevaba antes, pero es una vida preciosa".
Los suelos arenosos evitan que se instale la filoxera, ese insecto que asoló los viñedos europeos en el siglo XIX. Y el terruño de Shabo, situado entre el Mar Negro y el estuario del río Dniéster, transmite un caracter único al vino.
"Estamos aquí en el paralelo 46. Burdeos está en el 45 y Borgoña en el 47. Hace 30 años nadie sabía de los vinos de Chile o Sudáfrica. En 15 años el mundo conocerá los de Odessa y los beberá", se entusiama Lacarin.
Ayudado por un puñado de asistentes, este año va a producir 60.000 litros de vinos, en su mayoría blancos. Él los vende a 50 grivnas (4 euros) la botella, pero asegura que ya tiene un presupuesto equilibrado, y espera ampliar su negocio rápidamente.
"Estoy cansado de los vinos pesados, que dan dolor de cabeza y estómago, y me decidí a hacerlo lo más naturalmente posible: sin fertilizantes, sin pesticidas, sin tratamientos", dice el viticultor. "La viña es como los artistas: debe sufrir para poder dar lo mejor de sí misma".
Su propiedad creció de golpe en 2005, cuando se enteró de que más de 100 hectáreas de viñedos gestionados por el koljós estaban siendo destruidos. Él logró "que se detuviese el arranque" y los alquiló para los próximos 50 años.
"Rehabilitar una superficie de 150 hectáreas es un bonito desafío", admite Lacarin, que no es el primer viticultor de habla francesa que encuentra su tierra prometida en Shabo. En el siglo XIX, un grupo de colonos suizos que ya se establecieron allí, bajo los auspicios del zar Alejandro.
Aunque los Porsche, BMW y Jaguar de último modelo se apiñen en el patio de la bodega durante la fiesta de la cosecha, el marqués no sólo tiene amigos. En cuatro años, 21 incendios provocados asolaron unas 60 ha de sus viñas. Y están en marcha dos juicios porque sendos arrendadores de viñas quieren recuperar sus tierras, ya que la proximidad del mar atrae a los promotores inmobiliarios.
Estos contratiempos no le desalientan, pese a todo. "Le dije a mi mujer que lo único que deseaba era morir en Italia, en Toscana. Pero creo que ahora puedo morir aquí", sonríe.
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