miércoles, 3 de junio de 2009

Ucranianos de Málaga

Alrededor de setenta niños procedentes de orfanatos de Ucrania llegaron ayer a Málaga para pasar el verano con familias andaluzas. La mayoría arrastra tragedias y secuelas de Chernóbil

LUCAS MARTÍN. MÁLAGA Son rubios y tienen los ojos azules. Parecen una raza blanqueada de andaluces. Su autobús se detiene en una estación de servicio y a su alrededor se agolpa una muchedumbre. Luego llegan los besos y los abrazos. Es una estampa familiar, veraniega, pero más elaborada y emotiva que el resto. Los niños proceden de orfanatos de Ucrania y los que los esperan son sus familias de acogida, con los que pasarán, una vez más, los meses de verano.
Tener a un niño de Kiev o de Odessa no es un capricho. Se trata de una responsabilidad mayúscula, pero la compensación parece grande. En Málaga, las familias apuntadas a la iniciativa, que se repite en Navidad, no se arrepienten. Hablan de lo que significa para los chicos, procedentes de hogares destrozados, con tragedias y carencias arremolinadas en sus pequeños hombros. Carlos Guirado, voluntario, comenta que muchos arrastran secuelas del desastre nuclear de Chernóbil, afecciones motoras o pulmonares que hacen que su estancia en la provincia se asemeje al paraíso. "La mayoría crece unos tres centímetros y se van con más peso", señala.
La iniciativa nació hace casi una década a través de la asociación Niños de Ucrania y Andalucía, que pronto abrirá una delegación en Torremolinos. Desde entonces, los contactos se han extremado. Fernando Pizarro, uno de los padres de acogida, confiesa que llama todas las semanas al país ex soviético para hablar con su pequeño amigo. "La mayoría siempre regresa a la misma familia, incluso algunas hacen trámites para poder adoptarlos", explica Guirado.
Durante su estancia en Málaga, los niños participarán en numerosas actividades en común, entre ellas una excursión a Isla Mágica y un viaje en barco para conocer a los delfines.
Este año, la expedición está formada por setenta niños, que se reparten por toda la geografía de Andalucía. Leonor Santos, de Fernán Núñez (Córdoba), lleva cuidando de Olga desde hace siete años. Es una más de la familia. "Cuando le preguntan si tiene hermanos, dice que sí y señala a mis hijos", cuenta.
Casi todos los padres coinciden en destacar la capacidad de aprendizaje de los niños. En poco tiempo se aferran al castellano, que utilizan incluso en Ucrania para comunicarse entre ellos en un gesto que tiene algo más que la simple comunión y la experiencia compartida: "Vienen de familias con muchos problemas. Al llegar no entienden lo que significa un abrazo o expresar las emociones, pero se adaptan en seguida", comenta Guirado.
El aprendizaje parece recíproco. Los chicos descubren lenguajes y objetos que no sabían que existían: hombres que lloran, bicicletas, abundante comida u ordenadores personales. "El que yo acojo dice que su apellido es el mío", añade.
Los que llegaron ayer a Málaga no parecían de Kiev, sino de Fuengirola, Fernán Núñez o Benalmádena. El español se ha convertido en su idioma secreto, en su juego y esperanza. Parece que merece la pena el verano.

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