domingo, 3 de mayo de 2009

Oleg «ye» de diploma

El primer olímpico asturiano subido a una canoa respondía como Shelestenko de primer apellido, pero en 1993 recuperó para su carné de identidad el de Sánchez, por su madre gijonesa, una de las muchas «niñas de la guerra» que encauzó su vida en la Unión Soviética. Oleg Shelestenko creció humana y deportivamente en Ucrania, una potencia piragüística. Junto a Alfredo Bea (a la derecha, con el brazo en alto, en la canoa), Shelestenko formó una C-2 que viajó a Atlanta con opciones de medalla. Oleg volvió con dos diplomas y la sensación de haber vivido algo grande.

Gijón, Mario D. BRAÑA

Después de 17 años en España, Oleg Shelestenko habla con una curiosa mezcla de acento eslavo, salpicado por giros en bable. Resulta simpático escuchar de su boca con mucha frecuencia el «ye», síntoma de que está plenamente integrado en la vida de Gijón, la ciudad que había abandonado su madre, huyendo de la Guerra Civil. En 1992, Shelestenko hizo el camino de vuelta desde Ucrania, en plena desmembración de la Unión Soviética. Oleg tenía 24 años y una reputación como canoísta que le haría más fácil la vida en España.

Pepe Viña, entrenador del Grupo Covadonga, vio en seguida que con Shelestenko tenía una apuesta segura. Por eso en 1993, recién estrenada la nacionalidad española, Oleg superó un control federativo que le permitió entrar en el equipo nacional. Unos meses después ganó el oro en los Juegos del Mediterráneo junto a Alfredo Bea, que se convirtió en su pareja de éxito. La C-2 de Bea y Shelestenko enfiló el camino hacia Atlanta, codeándose con los mejores en los Mundiales. Sellaron su pasaporte olímpico en el de 1995, con un sexto puesto en 1.000 metros y un octavo en 500.

Shelestenko asegura que, pese a lograr la plaza con tanta antelación, en ningún momento se relajaron: «Estaba clasificado el barco, pero la Federación podía hacer cambios». Como no los hubo, mes y medio antes de los Juegos volaron con el equipo nacional hasta la Universidad de Georgetown, en Washington, para completar la preparación en condiciones similares a las que se iban a encontrar en Atlanta. Antes de la competición, Shelestenko pudo disfrutar de la villa olímpica y, especialmente, de la ceremonia inaugural.

«Me hacía mucha ilusión participar porque sabía que era algo que te pasa una vez en la vida», recuerda Shelestenko. «Fue muy emocionante, especial. Demasiado especial». Oleg se queda con la ovación de la gente y con la imagen de actores tan populares como Demi Moore y Bruce Willis en un sitio preferente, aplaudiendo a los deportistas. El mundo al revés, debió de pensar el canoísta, acostumbrado a competir casi en el anonimato.

Las pruebas sí le parecieron una competición más, entre otras cosas porque se desarrollaron en el lago Lanier, a 80 kilómetros de Atlanta, muy lejos del cogollo olímpico. No pone excusas a los resultados de la C-2, que sin ser malos (diploma en las dos distancias) quedaron un poco por debajo de las previsiones. Sobre todo en 1.000 metros, donde se supone que tanto él como Bea deberían haber explotado sus condiciones de fondistas: «En la Federación creían que podíamos conseguir medalla, pero sabíamos que era muy difícil».

Oleg también estuvo en la ceremonia de clausura, en la que no disfrutó tanto porque tenía la sensación de final de fiesta. Así fue, al menos, para él, que no se planteó repetir en Sidney pese a que, por edad, podía llegar en buenas condiciones: «Sólo pensaba en el año siguiente». Pero en 1997 «la cosa empezó a enfriar» y un año después, por problemas personales, tuvo que dejar de entrenar, mientras Alfredo Bea formaba una C-2 con David Mascato. En 1999, privado de la beca ADO, no aceptó la invitación para volver al equipo nacional y colgó la canoa tras quedar último en la final de la prueba de la Copa del Mundo en Sevilla.

Ante la necesidad de dar un giro a su vida, Oleg volvió a encontrar abiertas las puertas del Grupo Covadonga. Primero como entrenador de las categorías inferiores y, desde el año 2000, como empleado en el departamento de servicios. Admite que echa «un poco de menos» la canoa y, de vez en cuando, sale a dar unas paladas por el Piles, lo que le permite mantener una estampa envidiable. De momento, no se plantea otra relación con su deporte, sin descartar embarcarse más adelante en algún proyecto para el que cuenta con el título de entrenador nacional.

Su participación olímpica queda como «una experiencia inolvidable», el momento imborrable de su carrera. Imágenes que le quedaron grabadas y que rebobina con cada nueva edición de los Juegos. «Me gusta ver todos los deportes, especialmente atletismo y baloncesto». También se ilusiona con la posibilidad de tener algún día en su hijo a un digno sucesor de la saga de los Shelestenko. Pero deja claras las prioridades para el heredero. «Sólo tiene 9 años y hace piragüismo. Tiene buen estilo, pero ya veremos hasta dónde puede llegar. Me gustaría que hiciese deporte, pero sin dejar de estudiar».

Oleg Shelestenko Sánchez

Nació el 6 de octubre de 1967 en Jerson (Ucrania). Empezó en el piragüismo con 14 años, en canoa. En 1992 se estableció en Gijón. Fichó por el Grupo Covadonga y en 1993 entró en el equipo nacional. En C-2, formando pareja con Alfredo Bea, consiguió la medalla de oro en los Juegos del Mediterráneo. En el Mundial de 1993 fueron cuartos en 500 metros; en el de 1994, cuartos tanto en 500 como en 1.000 metros; y en el de 1995 lograron la clasificación olímpica con un sexto puesto en 1.000 metros y un octavo en 500. En los Juegos de Atlanta lograron dos diplomas olímpicos, con un séptimo puesto en 500 y un octavo en 1.000. Shelestenko se retiró en 1999 y entrenó hasta 2001 a los palistas del Grupo, donde ahora trabaja como empleado.

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