lunes, 16 de marzo de 2009

Cuando Ucrania necesita a Francia

No nos imaginamos a un presidente o a un primer ministro de Ucrania,  cuando Chirac era jefe del Estado francés, abogando por el liderazgo de París en Europa. El Elíseo se mostró discreto en palabras  en 2004, al inicio de la 'revolución  naranja', en la que Viktor Yuschenko y Yulia Tymoshenko eran aliados. Y Chirac nunca se refirió a la vocación europea de Ucrania, como hizo Sarkozy el año pasado. Antes bien, el ex mandatario galo parecía sentirse cómodo con un amago de eje geopolítico París-Berlín-Moscú, que se presentaba como la encarnación de un 'trío de la paz', opuesto a la guerra de Irak.  La Europa gaullista, del Atlántico a los Urales, despertaba de nuevo y Chirac recordaba con orgullo cómo había traducido a los veinte años Eugenio Oneguin  de Pushkin.

Pero en esta época de crisis mundial, no debe sorprendernos que Sarkozy favorezca una mayor cooperación de la UE con Ucrania. En septiembre de 2008 una declaración conjunta, suscrita por Sarkozy, Barroso y Yuschenko, abogaba por un nuevo acuerdo de asociación entre la UE y Ucrania, que, entre otros aspectos, supondría el establecimiento de un área de libre comercio y la búsqueda de una convergencia gradual en los ámbitos político, económico y jurídico. No creemos que sea una casualidad que la declaración fuera adoptada a un mes escaso del conflicto entre Rusia y Georgia, en el que fue decisiva la labor mediadora de la presidencia francesa de la UE. La diplomacia francesa juega a pesos y contrapesos, pues en octubre del año pasado Dimitri Medvedev tenía la oportunidad de exponer en Evian, en presencia de Sarkozy, su proyecto de  tratado paneuropeo de seguridad.  En cualquier caso, el presidente francés considera a Ucrania como un país europeo y toma nota de sus aspiraciones europeas, aunque la puerta de Bruselas seguirá cerrada por largo tiempo.

Kiev contempla con satisfacción la próxima puesta en marcha  de una Dimensión Este de la UE, capaz de implicar a Ucrania, Moldavia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán e incluso a la díscola Bielorrusia con ciertas condiciones. Pero más allá de la transferencia de fondos comunitarios, el Gobierno de Yulia Tymoshenko estaría apostando por un papel protagonista de Francia en Europa. Y es que Ucrania conoce la solidez, por encima de los gobiernos cambiantes, de la asociación estratégica entre Alemania y Rusia, aunque ve en ella un riesgo: que redunde más en un interés bilateral que en el de Europa en su conjunto. Si es así, el viejo fantasma geopolítico de una tierra de nadie, de una zona gris en Europa central y oriental, revive de nuevo por mucho que una gran parte de los países de la región pertenezcan a la UE y/o la OTAN, o tengan alguna relación especial con estas organizaciones tras haber visto congeladas sus aspiraciones de unirse a ellas. De ahí que en la óptica ucraniana el papel de Francia sea decisivo y tranquilizador. Se apuesta por el liderazgo francés, que históricamente dio muestras de eficacia con la reconciliación franco-alemana a través del proceso de construcción europea o con la perspectiva lúcida de Mitterrand, hace un cuarto de siglo, al apoyar el despliegue de los euromisiles como antídoto contra una posible tentación alemana de echarse en brazos del neutralismo para obtener su ansiada reunificación.

No se puede construir una Ucrania europea frente a Rusia, entre otras cosas, porque la marginación del gigante ruso no es realista. Pero además es ingenuo suponer que el destino de Ucrania sea convertirse en una Bielorrusia de mayor tamaño. Acaso los ucranianos sueñen con una Francia ejerciendo sus buenos oficios entre Moscú  y Kiev, aunque esto es un tema de voluntad política de todas y cada una de las partes.  Pero las ilusiones de cambios históricos se enfrentan a la  mayor amenaza en el centro y este del continente: la crisis económica. La crisis es paralela a la extensión de una enfermedad contagiosa, el euroesceptismo, que hace estragos en las opiniones públicas. El  proteccionismo encubierto y el egoísmo insolidario que sólo mira el interés nacional pueden lastrar las estrategias europeas más ambiciosas.

Antonio R. Rubio Plo es analista internacional.

No hay comentarios: