viernes, 27 de febrero de 2009

Vulgar adiós a la UEFA

Adiós a la segunda competición esta temporada. Tras la Copa del Rey, anoche se esfumó la de la UEFA, merced a otra pobre actuación de un Valencia que sigue bajo mínimos. Su verdugo, un equipo justito, de medio pelo, pero que se aplicó y llegó a sacar los colores a los jugadores que dirige Unai Emery, que van a menos a pasos agigantados, de forma tan alarmante como preocupante y, lo que es peor, sin que se atisbe solución.

El Valencia cae eliminado con justicia, producto de su propia vulgaridad e impotencia. De sus interminables errores que encadena un partido tras otro. En los últimos 20 que ha disputado ha encajado la friolera de 35 goles, sangría a la que su entrenador es incapaz de poner freno. En el pecado está la penitencia. Sólo queda la Liga y el horizonte tampoco se otea con optimismo.

El primer tiempo deparó un buen número de situaciones. De todo tipo. Demostró que este Valencia sufre mucho cuando no tiene el balón; que sigue sin mostrar equilibrio entre sus líneas, con mención especial al centro del campo, que no sabe presionar. Pero sirvió también para comprobar que el público es comprensivo y que tiene paciencia. Cuando peor lo pasaban, especialmente con el marcador en contra, los aficionados apretaron tratando de infundir aliento, de amedrentar a los ucranianos y de influir en el árbitro.

A todo esto, el Valencia empezó bien. A los cinco minutos ya se pidió un penalti sobre Villa y antes de cumplirse el primer cuarto de hora Silva remató con mucho peligro. La acción acabó en córner y en su ejecución funcionó la estrategia: balón abierto, atrás, y el zapatazo de Fernandes lo sacó un defensor sobre la línea. Pero ahí terminó el apretón local. Los de Emery levantaron el pie y dejaron jugar, por momentos a placer, a su rival. Y lo pagaron caro.

Tomó el mando el cuadro de Kiev, cuyos jugadores se hartaron de tocar y tocar. Siempre con sentido, ganando metros, apoyándose a la perfección, lo que volvió locos a los valencianistas. Y lo que se temía llegó. Tras un par de avisos, Kravets hizo un traje a Fernandes y Albiol y, sólo ante César, estiró la pierna para llevar el balón a la red con la punta de la bota.

El Valencia, sin jugar bien, le echó casta. ¡Qué menos! A base de arreones, trompicado, llegó un par de veces a la portería rival. La gente siguió apretando de firme. Villa se marcó un gesto espectacular y llevó el balón a la red. Chasco. Aunque muy justito, hubo fuera de juego. Y cuando peor pintaba el tema, con el descanso amenazando, el destino quiso sonreír esta vez a un equipo muy castigado a balón parado, acción en la que llegó el por entonces necesario empate. Falta que lanzó Fernandes y Marchena clavó el cuero en la red con la cabeza. Júbilo en las gradas y respiro sobre el césped.

El segundo acto, excepto los goles, apenas deparó algo interesante. Ni siquiera el temprano tanto de Del Horno que, en ese momento, clasificaba al Valencia, aportó alegría al juego. Nada más lejos de la realidad. Los de Emery se relajaron tanto en su afán por tocar, pues la remontada estaba hecha y el problema era del Dynamo, que transformaron su actitud en confianza excesiva, tal vez porque los ucranianos, cuya Liga lleva dos meses parada, daban muestras de flaqueza en lo físico. Ya no iban como en el primer periodo.

El problema es que este Valencia tampoco va sobrado de gasolina. Los partidos se le siguen haciendo muy largos y con todo a favor regaló la eliminatoria. Un error de Albiol en la salida con el esférico y la pérdida posterior del mismo dejó un pasillo expedito a Kravets, que lo aprovechó para convertirse en el goleador de la noche y coronarse como zar de Ucrania. Joaquín, Vicente y Baraja tampoco fueron la solución para recomponer a un equipo desmadejado, cuya línea descendente es ya en picado. Ni siquiera fue feliz el día en que se firmó el contrato con Mediapro. Sólo queda la Liga.

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