domingo, 8 de febrero de 2009

Tratar con una Rusia agitada

Rusia ha perdido un imperio y todavía no ha encontrado su papel. Ahora que nos acercamos al vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín, deberíamos volver a rendir tributo al hecho de que una superpotencia nuclear renunció a su vasto imperio continental sin que prácticamente se disparara ni un tiro. Por desgracia, aunque no es de extrañar, hay muchos rusos que lamentan desde entonces ese acto de magnanimidad histórica.

        Rusia

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        A FONDO

        Capital:
        Moscú.
        Gobierno:
        República.
        Población:
        140,702,094 (est. 2008)

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      En Davos había un Putin desafiante en público y a la defensiva en privado; tiene motivos para estar preocupado

      La UE tiene una actitud débil e hipócrita respecto a Rusia. Si yo estuviera en el Kremlin también me burlaría de ella

      El nuevo papel de Rusia es algo que los rusos deben descubrir por sí mismos. Tardarán en hacerlo. En el Reino Unido, el país para el que se inventó la frase "perdió un imperio y todavía no ha encontrado su papel", el proceso de redefinición nacional posimperial ha durado medio siglo, y todavía no ha terminado.

      Sería increíblemente torpe suponer que la mezcla de capitalismo autoritario y política agresiva de gran potencia decimonónica que hemos visto con Vladímir Putin es el punto final de la historia rusa. El Putin al que vi en el Foro Económico Mundial de Davos, la semana pasada, era un Putin desafiante y, a la vez, defensivo: en público se vanagloriaba del declive de la hegemonía estadounidense y en privado suplicaba más inversiones extranjeras en Rusia. Con una población que se manifiesta en la calle, una Bolsa que ha perdido más del 70% de su valor y unas reservas de divisa extranjera que disminuyen a toda mecha, tiene motivos para estar preocupado. El capitalismo autoritario con aires de gran potencia ya no parece tan estupendo. Pero veremos muchos más giros y sorpresas antes de que Rusia alcance una situación semiestable.

      Lo que podemos o debemos hacer para influir en la evolución interna de Rusia es relativamente poco. La soberanía, en el siglo XXI, no es ilimitada, ni de hecho ni de derecho, pero sigue siendo un principio y una realidad importantes. Son los rusos quienes deben decidir hacia dónde irá Rusia. Sin embargo, aunque el drama posimperial se representa dentro de las fronteras rusas, y durará, no meses, sino decenios, en el resto de Europa tenemos todo el derecho a proteger nuestros intereses vitales y todos los motivos para hacerlo. Entre esos intereses no sólo está el de garantizar el abastecimiento de energía a los Estados miembros de la UE, sino también asegurar las fronteras internacionales, respetar la soberanía de incluso los Estados más pequeños y comprometernos a la resolución no violenta de las disputas.

      La Rusia de Putin no ha respetado esos principios e intereses. Gran parte de la élite de política exterior rusa considera que la Unión Europea es una especie de anacronismo transitorio y posmoderno, un resto de finales del siglo XX, con defectos de principio y débil en la práctica. Los factores importantes tanto en el siglo XIX como en el XXI, dicen, son la fuerza y la determinación de las grandes potencias. Por eso Rusia ha tratado de restaurar el dominio sobre sus vecinos por las buenas o por las malas: enviando tropas (como en agosto, a la ex república soviética de Georgia) o apagando el gas (como en enero, en su disputa con la ex república soviética de Ucrania).

      En este aspecto de la soberanía, lo que vale para Rusia debe valer también para Georgia y Ucrania. Un Estado no puede pretender que es coherente si insiste en que se respete plenamente su soberanía pero viola la soberanía de otros cuando decide que es necesario. Me dirán ustedes: "¿No es eso lo que hizo Estados Unidos con Bush?". A lo que responderé: exacto. Estuvo mal que lo hiciera Estados Unidos con Bush y está mal que lo haga la Rusia de Putin. Ahora, Barack Obama está modificando la estrategia norteamericana, y el nuevo presidente ruso Dmitri Medvédev debería hacer lo mismo. Pero no parece probable que Rusia vaya a modificar su conducta exterior mientras el resto de Europa no fije límites claros y cambie la estructura de incentivos. ¿Qué razones tiene Moscú para cambiar de rumbo mientras la Unión Europea siga teniendo una actitud tan débil, dividida e hipócrita respecto a Rusia como la que ha tenido en los últimos 10 años? Si yo estuviera en el Kremlin, también me burlaría de la UE.

      Y que quede clara una cosa: esto es asunto de Europa. El presidente Obama tiene muchas otras cosas de las que ocuparse. Necesita a Rusia para la diplomacia nuclear en relación con Irán. El plan del Gobierno de Bush de establecer una defensa antimisiles en Polonia y la República Checa es una distracción irrelevante que habría que abandonar. Y, por ahora, la Administración de Obama va a dejar aparcada, con razón, la ampliación de la OTAN a Ucrania y Georgia.

      No habrá política exterior europea mientras no haya una política europea respecto a Rusia. No habrá política europea respecto a Rusia mientras no tengamos una política energética europea y una estrategia europea para Ucrania. En el frente energético, dos documentos recientes -uno redactado para el Centro para la Reforma Europea (cer.org.uk) por el economista de la energía de la Universidad de Oxford Dieter Helm y el otro por Pierre Noël, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ecfr.eu)- identifican varias medidas fundamentales. Entre ellas, una red conjunta europea de gas y electricidad; un mercado único europeo del gas; más almacenamiento estratégico de gas; y el gasoducto Nabucco, que ofrezca una ruta alternativa hacia Europa para el gas del Caspio. La clase política de Ucrania, dividida, ineficaz y corrupta, es la peor enemiga de sí misma, pero la UE tampoco ha demostrado tener ninguna voluntad política seria de ofrecer a Ucrania una perspectiva lejana de incorporación, con avances más concretos mientras tanto.

      Quiero afirmar categóricamente que ésta no es una receta en contra de Rusia. En contra de Putin, sí; pero Putin no es Rusia. En Moscú hay gente, aunque es verdad que por ahora es una pequeña minoría, que reconoce que un entorno internacional claro, estable y respetuoso con la ley sería positivo para la evolución a largo plazo de Rusia como nación-Estado próspera y democrática. Esa minoría crecerá si el entorno evoluciona. Las buenas vallas también hacen buenos vecinos.

      Ahora bien, la creación de esa política europea depende sobre todo de la potencia central de Europa: Alemania. El ministro alemán de Exteriores, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, ha mantenido la relación especial y realista con Rusia que se inició bajo el canciller Gerhard Schröder. Su estrategia de "Moscú primero" se ha apoyado en la relación corporativa entre los gigantes energéticos de los dos países, E.ON, Ruhrgas y Gazprom. La canciller cristianodemócrata, Angela Merkel, que habla ruso y creció en Alemania Oriental, es partidaria de un enfoque más escéptico y matizado, que establezca un equilibrio entre los intereses nacionales alemanes y la solidaridad y los valores europeos. Tal vez ahora la estrategia alemana está variando ligeramente en ese sentido, por el impacto de dos crisis, la de Georgia y la del gas. Será interesante ver qué tienen que decir los representantes alemanes en la Conferencia de Seguridad de Múnich que se celebra, como todos los años, este fin de semana, y cuya sesión plenaria lleva el intrigante título de La OTAN, Rusia, el gas natural y Oriente Próximo.

      No es la primera vez que el futuro de Europa en general depende de la dirección que tome la ostpolitik alemana. Yo pasé muchos años, más de los que me gustaría recordar, dedicado al estudio y la disección de la ostpolitik, con el resultado final de una monografía titulada In Europe's Name; ahora, al repasar esa historia, observo una curiosa inversión de papeles. Hace 40 años, cuando Willy Brandt puso en marcha una versión de ostpolitik que contribuyó de manera significativa a la caída del muro de Berlín y el fin del imperio comunista ruso, él y sus colegas suponían que la clave para lograr una evolución positiva a largo plazo en una Berlín dividida residía en un cambio de política por parte de Moscú. Hoy, la clave para una evolución positiva a largo plazo en una Moscú dividida reside en un cambio de política en Berlín. -

      www.timothygartonash.com Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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