Primero fue Georgia, luego Ucrania y ahora es la remota pero estratégica ex república soviética de Kirguiztán la que cae envuelta en una insurrección popular contra un gobierno de larga data. Intereses militares norteamericanos y rusos están en juego.
Por Andrew Osborn *Desde MoscúAskar Akayev, el presidente de la era soviética de Kirguiztán, dijo ayer que se estaba enfrentando a un intento de golpe de Estado y juró no dejar que su estratégicamente importante país de Asia Central se vea envuelto en una revolución al estilo ucraniano. Mientras hablaba el potentado de 60 años, Kirguiztán, una empobrecida ex república soviética de cinco millones de personas, parecía estar peligrosamente cerca de choques violentos o posiblemente una guerra civil. La oposición, que dice buscar lanzar una revolución de terciopelo al estilo de Ucrania o Georgia, ha tomado el control de dos ciudades sureñas después de disturbios y choques a veces violentos, a veces con la policía. Ayer dijo que estaba marchando hacia la capital del país, Bishkek, donde la policía antidisturbios se ubicó en el centro para proteger los edificios gubernamentales. A diferencia de Ucrania y Georgia, donde la multitud se manifestó en favor o en contra de uno o dos políticos poderosos de la oposición, los manifestantes de Kirguiztán no tienen solamente un líder, un hecho que podría hacer que su comportamiento fuera impredecible. La oposición pide la renuncia de Akayev sobre la base de que ha sofocado a los medios y políticos opositores después de tomar inicialmente una dirección democrática. Más específicamente, sostiene que las elecciones parlamentarias del mes pasado fueron fraudulentas y que candidatos clave de la oposición fueron proscriptos. Como resultado, los partidarios de Akayev, incluyendo dos de sus propios hijos, ganaron todos los escaños, exceptuando seis, en el Parlamento de 75 miembros del país. La oposición quiere una repetición de las elecciones. Akayev, que gobierna el país como si fuera su propio feudo desde 1990, tiene que dejar el poder en octubre, pero está ampliamente sospechado de intentar ingeniarse para ganarse otro período en el mando, una movida que iría en contra de la constitución de Kirguiztán. Insiste, sin embargo, en que no tiene intenciones de buscar otro mandato. El lunes, Akayev parecía estar dispuesto a llegar a un compromiso, ordenando investigar las elecciones cuestionadas y prometiendo negociaciones. Ayer adoptó una línea mucho más dura, dejando el escenario abierto a una confrontación, aunque juró no recurrir a la fuerza. “Las estructuras de poder no pueden demostrar debilidad cuando se enfrenta con revoluciones de ‘color’ en la CEI (Comunidad de Estados Independientes, un grupo de ex repúblicas soviéticas) que son en efecto golpes de Estado”, dijo Ayakev a los periodistas.A diferencia de Ucrania, que eligió el color naranja para representar el cambio, la oposición de Kirguiztán eligió el amarillo, lo que llevó a observadores a hablar de una revolución “limón” o tulipán”. Ayakev insistió en que las elecciones del mes pasado fueron legítimas, en que no lograrían “provocarlo” para que declare un estado de emergencia y en que la crisis sería corta. “Las acciones de las revoluciones internas son un desafío directo a la gente y al gobierno. Estas personalidades tienen directivas y fondos del exterior,” dijo.Los hechos en Kirguiztán están siendo observados de cerca por Estados Unidos y Rusia. Ambos países tienen bases militares allí. Aunque sus posiciones parecen estar bastante menos claro que en el caso de Ucrania, se piensa que Moscú estará a favor de Akayev, mientras se supone que Washington apoyará a la oposición.John MacLeod, editor en jefe del Instituto de Periodismo sobre Guerra y Paz (IPGP), dijo a este diario ayer que la situación en Kirguiztán era peligrosamente volátil. “Parece muy probable que haya algún tipo de confrontación con las autoridades. Lo que distingue esto de Ucrania o Georgia es la dinámica. En aquellas dos situaciones, los partidos estaban preparados para mirarse con odio y no mucho más, pero acá hay muchos cambios todos los días. El tema es qué harán las fuerzas de seguridad. Utilizar la fuerza militar podría ser catastrófico.” Roza Otounbaieva, una de las pocas figuras identificables de la oposición y ex embajadora ante el Reino Unido, les dijo a los medios rusos que muchos oficiales de seguridad ya se habían cambiado de lado. Habló mientras grandes multitudes se reunían en la ciudad sureña de Osh, controlada por la oposición, para pedir la renuncia de Akayev y manifestarse contra la pobreza y el desempleo. Hubo informes de policías huyendo de sus puestos mientras los manifestantes inundaban las comisarías para hacerse cargo del orden y de la ley. El lunes, miles de manifestantes armados con bombas molotov y palos prácticamente corrieron a la policía de Osh, después de haber ganado el control de la ciudad cercana de Jalal Abad. “La situación es explosiva y podría descontrolarse en cualquier momento”, dijo ayer Kurmanbek Bakiyev, una figura de la oposición.Según MacLeod, la única forma que ahora Akayev podría calmar la situación es ofrecer una concesión más importante como volver a llevar a cabo las elecciones, algo que parece que se niega a hacer. Aunque para muchos en Occidente el país es visto como un estado oscuro y desconocido, sin embargo también es percibido como crucial para la estabilidad general del Asia Central donde los intereses energéticos se mezclan con el enorme comercio de drogas ilegales y la “lucha contra el terror” de Estados Unidos.
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