domingo, 16 de diciembre de 2007

Vender arte es como una obra de teatro’


Alex Gerson es judío y nació en Ucrania. Vive en Nueva York y vende arte de Europa del Este. Pero no se instaló en el Soho o Chelsea, sino en Coney Island, más conocida por sus ferias.


Olga ImbaquingoCorresponsal en Nueva York
Es su propio jefe. Y para ser corredor de arte Alex Gerson no necesita chaqueta y corbata. A este hombre de cabello y barba de plata no se le acartona la risa ni en invierno ni en verano. O como él dice con espontáneo sentido de humor: “Ni el comunismo ni el capitalismo”.
Desde la salida del tren en Coney Island se lee ‘Surf Art Exchange’, su galería-tienda de obras de arte. Él está afuera como cualquier otro paisano: dorso al desnudo, se entretiene y ríe con los vendedores de CD, juguetes o teléfonos celulares.
Pero lo suyo desde hace unos 25 años es el arte y sus pasiones son artistas como Nadia Kovalenko, de quien hasta ahora le duele su muerte. Hasta esos cuartitos de su galería, llenos de pinturas, ‘matrushkas’ y marcos llegan los ecos de la bachata más que de la polca.
La joven que le hace la limpieza tiene unos ojos azul turquesa y una sonrisa de ángel ruso. Quien alborota en la puerta de al lado es caribeño. Y quien entra a mirar de reojo los cuadros parece japonés.
Por un momento esto parece un teatro, del cual él es el director o mejor “su señor”, como le gusta decirles a los vecinos latinos del negocio de Surf Avenue.
Mi tesis“Lo único que sé es que no puedo sentarme a ver el mundo que pasa por la televisión”.
Alex Gerson: judío, ucraniano, vendedor de arte y ojos de Coney Island. ¿Qué más es usted?
¡Ja! Primero trabajador infatigable, luego aventurero y esquiador.

¿También es el embajador de los pintores ucranianos en Nueva York?
Lo que mejor he hecho es hacer conocer a los artistas de mi país en Brooklyn.
¿Es el primero que optó por vender arte ucraniano aquí?
Sí. El 90% de mi oferta es de Ucrania; el resto, de otros lugares. A ver si se animan los latinoamericanos a confiarme su obra.
Mi pasión“Mi familia, mis amigos... Popularizar el nombre de un artista y luego ver que se vuelve famoso”.
¿Habla en serio?
(Risas) No. Lamentablemente no hablo español. Hábleme un poco del Alex Gerson aventurero...
¿No le parece que es una aventura abrir una galería de arte en Coney Island, en tiempos en que el glamour y el buen nombre ya se habían ido?
Si usted lo dice... Eso fue hace más de 10 años y sigo en pie. ¿Sabe?, aquí los barrios pasan de moda como los zapatos. Eso le pasó a Coney Island.
Parece que esos zapatos vuelven a la moda. ¿No está en marcha un proyecto de reconstrucción de esta zona a donde Frank Sinatra solía darse unas escapaditas?
Pero yo sobreviviré. Vienen buenos tiempos para el arte.
Mi credo“Ser realista sin perder el optimismo. Siempre he sabido hasta dónde levantar las pesas”.
¿No le gusta este ambiente de playa, montañas rusas, con olor a salchichón italiano y fiesta eterna?
Cuando en el plan de la diversión no se incluye el arte, nada tiene mucho sentido.
¿Nació enamorado del arte?
No, lo descubrí tarde. Andaba por el mundo de los bienes raíces en Massachusetts.
¡Qué cambio¡ ¿Cómo pasó de vender casas a vender obras de arte?
A principios de los años ochenta empecé a coleccionar arte cuando más y más inmigrantes rusos venían a EE.UU. Entre ellos Shimon Orstein, Lu Dulfan y León Pinchevsky.
¿Ellos lo sacaron de los bienes raíces?
Shimon Orstein necesitaba comprar un auto pero no tenía dinero para pagarlo. Me ofreció un autorretrato suyo por USD 200.
Mi lugar“Mi casa en Brighton Beach, Brooklyn. Pero si me dan a escoger más: Ostia di Lido, un pueblito italiano”.
¿Y usted lo vendió?
No de inmediato. Me funcionó la intuición: lo guardé. Cinco años después, cuando él vendía sus obras sobre los USD 60 000 quiso recuperar aquel autorretrato por USD 5 000. Le dije no.
¿Cómo hace para estar bien provisto de obras?
Tres veces al año viajo a Kiev. Unos 200 artistas me proveen.
¿Y todas las vende?
A algunas ni por todo el oro del mundo las quito de mi pared.
¿De quién, por ejemplo?
Tatiana Jablonskaya. Su obra es la máxima expresión del arte y hoy vale mucho dinero.
¿Cuántas obras tiene como coleccionista?
Ni idea. Las tengo porque me dan energía y en ellas encuentro la verdadera belleza.
¿Y para la venta?
No lo sé, pero siempre tengo unos 400 cuadros.
Como los zapatos y los barrios también en el arte hay tendencias. ¿Qué tipo de arte está de moda?
El impresionismo nunca está demás. No es buen tiempo para la pintura lineal, el abstraccionismo que floreció después de la Segunda Guerra Mundial y el surrealismo. Son tiempos en los cuales la gente no quiere pensar ni descifrar la obra. El ‘glicee’ francés también ha perdido cierto glamour.
Tendrán preferencias en los contenidos, ¿no?
Quieren flores, paisajes, el mar, naturalezas muertas. Buscan realismo que les invite a la paz y, por supuesto, que se note la sensibilidad del artista.
¿Quiénes son sus clientes?
Clase media alta. La gran mayoría de ellos son rusos, ucranianos, escandinavos, estadounidenses y de Europa del Este.Ya veo, el arte ha sido el vínculo con su gente... Y un buen vodka (risas).
¿Los convence con vodka?
No a mis clientes. Pero el mejor puente entre un hombre y una mujer es un vodka.Yo sabía que era el vino, acompañado de flores...El vino está mejor en las iglesias. El vodka es perfecto, pero solo en invierno.
¿No es mejor tender puentes con bonitas pinturas?
(Sonríe). Los seduzco con los precios. No hay en la ciudad quien le venda un buen cuadro por unos cientos de dólares.
¿Por qué escogió Coney Island?
Por la playa, es la primera razón.
¿Una playa que, además, tiene muchos clientes?
La gente compra ropa, joyas, viajes, diversiones. Lo último en la lista es el arte.
¿Qué tan difícil es vender arte desde Coney Island? ¿Por qué no está en el distrito ‘artístico’ del Soho?
Muy difícil. En el Soho también están en problemas: en los últimos tiempos unas 10 galerías han cerrado.
¿Usted no se queja?
Yo me divierto. Este negocio es un teatro donde actuamos el vendedor, que soy yo, y el comprador. Mi papel es demostrar que esa pintura es la mejor y que el precio es inigualable. La función de él es dejarse convencer.
¿En qué termina la función?
Si logro convencerlo es un milagro. Vender un cuadro es como un orgasmo, porque es una pintura que me gusta, por eso la compré y ahora se va para ser expuesta en otra pared que no es la mía. Eso es un placer indescriptible.
Su vida en 15 líneas
Ha sido carpintero, mecánico, electricista y plomero. Hoy es vendedor de arte, especialmente de Ucrania y Rusia, y el personaje que ve pasar la historia de Coney Island, el eterno parque de diversiones de Nueva York y sitio donde se hace el desfile más divertido de las sirenas.
Nacido en Kiev (Ucrania), está por cumplir 69 años y se define a sí mismo como hippie. Se jacta de su buen ojo con los nuevos artistas.
Chelsea quiere el título de ‘distrito de galerías’ en Nueva York
En la ciudad, el distrito de Soho es reconocido como el de los artistas, pero hay otro lugar, con precios más bajos, donde hoy moran los óleos y caballetes
En ese eterno cambio de vestimenta de la ciudad, el Soho, ese barrio al que hace casi cuatro décadas los artistas devolvieron a la vida, lentamente le ha ido cediendo la posta de galería de arte a Chelsea.
¿Su ventaja? Está más arriba y más lejos de la invasión de turistas que van al Soho y Chinatown.
Con más de 200 galerías, Chelsea es la nueva estación del arte contemporáneo. Ese barrio de edificios grises y no tan altos asumió desde mediados de los años noventa su rol de la nueva casa de arte donde todo artista quiere disputar con sus cuadros esos estrechos espacios.
Los altos precios en el Soho, las obras de arte en espacios cerrados y pisos superiores a los que se accede por escaleras o ascensores ahuyentaron a los vendedores de arte. Esos mismos que viven del negocio y que rentaban o eran dueños de esas apetecidas instalaciones se han deshecho de ellas.
Se fueron en busca de nuevos aires donde respirar más a pinturas y a lienzos, lejos de la invasión de tiendas de ropa cara y de vanguardia y ávidos consumidores.
La paulatina mudanza comenzó hace unos 12 años, primero con pequeñas galerías y después con otras más grandes. Pero hasta que la American Contemporary Arts abrió las puertas de su edificio, en la calle 20, para convertirlo en galerías, el Soho no comenzó su lucha para no perder el título de ‘distrito de galerías’.
La inmensidad de Gagosian Gallery arribó hace rato a Chelsea y también los cafés y restaurantes al aire libre, algo que las angostas y algunas empedradas calles del Soho no tienen.
Pero las galerías Martin Lawrence sí están en el Soho y allí se quieren quedar porque hay artistas y público fiel que quieren seguir llegando hasta el barrio rescatado por los artistas.
A pesar de la emigración de las galerías, la vida en el Soho continúa y las expresiones artísticas no se quieren ir del todo. El Soho es el último ejemplo de rehabilitación de la ciudad, que de sitio industrial venido a menos se convirtió en paraíso de los artistas y de tarde en tarde sorprende con exhibiciones de danza o de mimo que se ven desde los cristales.
Donde haya un espacio amplio y de precios simbólicamente bajos, hasta allá llegarán los artistas.
La nueva vitalidad de Chelsea le está devolviendo la plusvalía. Un día los artistas cogerán sus pinturas y caballetes y, como siempre, se irán a otra parte. Chelsea podrá ser la nueva sede del arte moderno y vendrán otras, pero el Soho será el que primero les abrió las puertas. Así es Nueva York. OI

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