domingo, 14 de febrero de 2010

Rusia empieza a recomponer las relaciones con sus vecinos

El resultado de las elecciones presidenciales del pasado día 7 en Ucrania, que dan como vencedor al prorruso Víctor Yanukóvich, han supuesto un respiro para el Kremlin en sus esfuerzos por restablecer la influencia perdida sobre las antiguas repúblicas de la desaparecida URSS. Es de prever que la lengua rusa recuperare el rango de cooficialidad con el ucraniano, el proyecto de ingreso en la OTAN quede relegado, la Armada rusa pueda continuar anclada en la base de Sebastópol (Crimea) y se logren acuerdos para el suministro de gas más estables.
Moscú mejora sus relaciones también con Azerbaiyán, Kirguistán y Turkmenistán. Sin embargo, vuelven a empeorar con Moldavia y Uzbekistán, se encuentran en un momento difícil con Bielorrusia, país que se consideraba el más fiel y próximo a Rusia, y siguen siendo malas con Georgia, Estonia, Letonia y Lituania.
Los aliados más leales de Moscú continúan siendo Kazajstán, Tayikistán y Armenia. La lista incluía también a Bielorrusia, país con el que el Kremlin proyectaba crear una unión, pero la arrogancia de los dirigentes rusos ha logrado agotar la paciencia de Alexánder Lukashenko, el «último dictador de Europa», según el ex presidente estadounidense, George W. Bush.
Las desavenencias entre Moscú y Minsk comenzaron cuando a Lukashenko se le exigió que reconociera la independencia de las provincias georgianas de Osetia del Sur y Abjasia, algo que, salvo Rusia, no ha hecho ningún otro país de la comunidad ex-soviética. La tozudez del presidente bielorruso llevó el año pasado a que las autoridades rusas decretaran un embargo contra sus productos lácteos.
Lukashenko no se amedrentó e hizo recapacitar a Rusia boicoteando, en junio de 2009, la reunión de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (ODKB), en la que se decidió crear una fuerza de intervención rápida. El autócrata bielorruso ha metido además a su país en la Asociación Oriental, iniciativa lanzada por Bruselas y que incluye también a Ucrania, Georgia, Moldavia, Azerbaiyán y Armenia.
El último episodio de tensión entre Moscú y Minsk, a cuenta de la subida de los aranceles del petróleo, se solucionó hace poco más de dos semanas. Rusia tuvo que ceder bajo la amenaza de un corte en el suministro de crudo a Europa a través de los oleoductos bielorrusos.
Tampoco van bien las cosas con Uzbekistán. Su presidente, Islam Karímov, se negó a asistir el año pasado a la reunión de la ODKB, a cuya estructura ha terminado por no adherirse y en cuyo seno se encuentran, además de Rusia, Armenia, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán. Karímov reprocha a Moscú su decisión de instalar una segunda base militar en Kirguistán.
La llamada «Revolución de los tulipanes», en la primavera de 2005, enfrío las relaciones entre Kirguistán y Rusia, pero Kurmanbek Bakíyev, que emergió de aquella revuelta y fue reelegido presidente el pasado verano, ha hecho todo lo posible para ganarse la confianza y el favor de Rusia. Ahora, es uno de sus incondicionales.
En cuanto a Turkmenistán, una impenetrable dictadura de corte feudal, hace tiempo que no se somete a las imposiciones de la antigua metrópoli. Las relaciones con Moscú han experimentado constantes altibajos. La última salida del túnel se produjo hace un mes, cuando se alcanzó un acuerdo para la reanudación de las exportaciones de gas turkmeno a Rusia. Fueron interrumpidas hace casi un año a causa de una vería en el gaseoducto. El problema fue reparado, pero el flujo continuó suspendido por que no hubo manera que las partes se pusieran de acuerdo sobre los nuevos precios.
Los vínculos de Rusia con Azerbaiyán también prosperan en el terreno energético. La compañía rusa Gazprom, cuyo proyecto «South Stream» compite con el europeo Nabucco, está aprovechando las discrepancias entre Bakú y Ankara, motivadas por los precios, para tratar de llevarse a sus depósitos la mayor cantidad de hidrocarburos extraídos en Azerbaiyán. Gazprom ha propuesto al presidente Ilham Alíyev, adquirir todo el gas que su país produzca en 2010.
La «ruptura de puentes» entre Rusia y sus vecinos, de la que habló el año pasado el ex diputado liberal. Vladímir Rizhkov, empieza a superarse en parte. No así en lo que se refiere a las relaciones con Estonia, Letonia y Lituania y tampoco con Georgia, salvo la promesa de restablecer de forma permanente la conexión aérea entre Moscú y Tiflis. Las heridas de la guerra de agosto de 2008 están lejos de cicatrizar. La reciente negativa de Rusia a retirar sus tropas de la región separatista de Transdniéster está también complicando el diálogo con Moldavia.

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