domingo, 27 de julio de 2008

Un llanto 'interruptus'

Una de las ceremonias más queridas por los aficionados a la ópera es la del reencuentro con aquellas obras sobre las que cimentaron su enfermiza pasión por ver a gente muriéndose cantando. El Festival de Peralada ofició una vez más el ritual del reencuentro con La bohème, de Giacomo Puccini, en una producción de la Ópera de Oviedo dirigida escénicamente por Emilio Sagi.
Lo mejor que se puede decir de esa producción que trasladaba la acción a mediados del siglo XX es que era inofensiva y no le hacía a la obra ninguna traición mayor. Lo peor es que era innecesaria, pues no abría ninguna luz nueva sobre la obra, la dramaturgia era la de siempre y abundaba en la tradición interpretativa, con una Mimí dulce y quizá algo menos boba de lo habitual y una Musetta algo más pendón.
Los solistas rayaron a gran nivel. La soprano ucrania Olga Mykytenko pudo con Mimí, la cantó con ganas, sin problemas en el registro. Quizá no desplegó un abanico de sutilezas y en el último acto estuvo demasiado vigorosa en el gesto y en la voz para estar muriéndose de tisis. De hecho, murió rebosante de salud.
Jugar un poco sucio
El tenor venezolano Aquiles Machado es un especialista en Rodolfo, les tiene tomadas las medidas tanto al personaje como a la partitura, y en Peralada compuso un personaje de gran calidad, con sólo alguna pequeña apretura y tirantez en los agudos del primer acto.
El barítono gallego Javier Franco y la soprano granadina María José Moreno brillaron como Marcello y Musetta, y en el cuarteto del tercer acto compitieron con el dúo protagonista. El músico Schaunard y el filósofo Colline fueron para Manuel Esteve y Stefano Palatchi; éste cosechó un merecido aplauso con su Vecchia zimarra, única aria de la historia de la ópera dedicada a un abrigo.
Muy correcta resultó la parte coral del Cor de Cambra del Palau y opaca y desdibujada quedó la OBC, que no lució con la dirección musical de Eiji Oue, decepcionante, plana, sin ideas, que en vez de tirar de la obra iba a remolque de los cantantes. Con La bohème la dirección musical tiene que jugar un poco sucio, hay que apretarle los tornillos a la emotividad, hay que forzar el fraseo: la obra lo tolera bien y hasta lo pide. En realidad, vamos allí a llorar y es frustrante que te dejen con el llanto interruptus

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