sábado, 5 de julio de 2008

Rusia-UE: ¿calma después de una tempestad?

Después de la tempestad, viene la calma, reza el refranero español, y parece que es así. Casi dos años de desazón, incertidumbre y de cortapisas a cualquier intento de negociación mediaron en las relaciones Rusia-Unión Europea (UE).
Al final del laberinto de discrepancias se vislumbró una chispa de esperanza de retomar el diálogo para un nuevo acuerdo de asociación estratégica, luego de caducar el anterior en diciembre de 2007.
En la primera mitad de julio en Bruselas arrancarán las añoradas pláticas entre representantes comunitarios y enviados del Kremlin, según anunció el propio presidente ruso, Dmitri Medvedev, al término de la vigésimo-primera cumbre bianual bilateral, celebrada en Janti-Mansiisk.
Con un evidente ánimo de salvar el vacío legal, Moscú y Bruselas prolongaron a un año más la vigencia del acuerdo marco suscrito en 1997 por espacio de una década.
A mediados de 2006 apareció la primera piedra en la senda para futuras negociaciones: Polonia hizo uso como uno de los 27 miembros del derecho de veto al mandato comunitario por su diferendo comercial con Rusia. Más tarde afloraron las reclamaciones de Lituania.
Según observadores cercanos al proceso, prácticamente un mes antes de la cumbre bilateral la UE logró consenso interno para relanzar lo que consideran un propósito común.
"Quisiera felicitar a la UE por haber vencido las discrepancias y dar el visto bueno al mandato comunitario para las negociaciones sobre el nuevo acuerdo de asociación", comentó Medvedev al respecto ante los principales líderes de la Unión.
Para el Kremlin esto podría interpretarse como una victoria de los negociadores rusos sobre "los novatos europeos" –Polonia y Lituania-, cuyos gobiernos levantaron ruido en torno a reclamaciones de carácter evidentemente coyuntural, opinó Evgueni Voiko, analista del Centro de Coyuntura Política de Rusia.
No caben dudas de que la UE en gran medida está mucho más interesada que Rusia en la ratificación del documento marco de colaboración con Moscú, sotuvo Voiko.
Para Bruselas la prolongación de este proceso se revirtió en una crisis de la frágil unidad europea, pues desde el momento de declararse el veto polaco en otoño de 2006, ganó fuerza el debate sobre la conveniencia de una ampliación ulterior de la UE.
La nota de disenso
A pesar del ambiente de entendimiento que propiciaron los interlocutores en Janti-Mansiisk, por obvias razones, las relaciones ruso-europeas en nada se asemejan, y menos aún, acercarse a un pacto de consenso.
En uno de los temas que más preocupa a Rusia como la seguridad regional, Medvedev insistió esta vez, como lo hizo durante su visita reciente a Berlín, en la creación de un sistema de seguridad colectiva independiente a la OTAN.
La seguridad europea –políticamente hablando- es indivisible, no puede separarse en bloques, alianzas y correr a cargo solo de un estado o grupos de estados, pues concierne a todo el continente, aseveró el gobernante.
En su opinión ni una de las organizaciones internacionales está en capacidad y condición de garantizar en total medida la seguridad de Europa, puesto que no son universales, dijo.
Justamente, desde ese enfoque que expresa una continuidad del Kremlin en política exterior, Rusia no ha conseguido poner de su lado a la Unión Europea en el carril contestatario frente a los planes militaristas de Estados Unidos en el Viejo Continente.
Ninguno de los dirigentes comunitarios, incluso la cancillera alemana Angela Merkel, rechaza públicamente la proyectada instalación del escudo antimisil norteamericano en Polonia y República Checa.
Es notorio, de otro lado, la actitud tolerante ante una posible expansión del controvertido sistema defensivo a países del Báltico, según denunciaron recientemente diplomáticos rusos.
Rusia rechaza el escudo antimisil, la instalación de una tercera región en Europa por considerar que la idea es dañina y no es garante ni de la seguridad regional ni global, sostuvo el jefe de Estado, anfitrión de la cita, en declaraciones a la prensa.
"La posición común europea" tampoco parece clara en torno al ingreso de Ucrania y de Georgia a la OTAN, proceso que va de la mano de Estados Unidos a contrapelo de las posiciones opuestas de Moscú.
A ese tenor, Medvedev consideró una tendencia alarmante que la denominada solidaridad europea tome cuerpo de instrumento en la solución de problemas bilaterales con algunos miembros (sobre todo de Europa del este y del Báltico).
Para dejar constancia de otras desavenencias, el mandatario refirió la preocupación por las violaciones de los derechos de la población rusa en Letonia y Estonia, privada de la condición de ciudadanos de esos países.
De cierta forma llamó a meditar sobre qué tipo de democracia pregonan estos estados como miembros de la UE cuando se institucionaliza una discriminación y segregación social contra otras comunidades dentro de los límites de una misma nación.
Disputas sobre la Carta Energética
Rusia por su peso ocupa el tercer lugar entre los socios comerciales de la Unión Europea, mientras suministra al Viejo continente un 25 por ciento del gas y 20 por ciento del petróleo que consume.
Aunque figuró en agenda, la cita no arrojó visos concretos sobre un acercamiento de posiciones en torno a la Carta Energética, aún sin ratificar por Moscú, debido según alegan autoridades rusas, a enfoques discriminatorios y desajustes con la legislación nacional.
Para salvar las distancias el presidente de la Comunidad Europea, José Manuel Barroso subrayó que Rusia seguiría siendo el suministrador principal de agentes energéticos para la UE y Europa su principal mercado.
Medevedev, a cambio, dejó clara la intención de concentrarse en proyectos conjuntos como los gasoductos Corriente del Norte y Flujo del Sur.
Con todo el optimismo en el ambiente, está por ver si la calma persistirá en el horizonte de las relaciones entre Rusia y la UE, luego de una marea de turbias aguas en más de 10 años de camino trillado.

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